Monday, July 20, 2009

Recomendando autores para niños y adultos



Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de Caracas
Subprograma de Especialización en Lectura y Escritura
Curso: Lectura para Niños y Jóvenes


Víctor Mendizábal
C.I. 14.095.615



Antonio Arráiz



Al igual que en la entrega anterior de la sección: “Recomendando Libros para Niños y Jóvenes”, en esta oportunidad así como en las 8 entregas subsiguientes, Sherazada será nuestra cuentacuentos invitada para continuar narrando la bella y conmovedora historia de “La Cucarachita Martínez y el Ratón Pérez”, como una manera de rendir un sentido homenaje a nuestro escritor Antonio Arráiz.

Scherazada era la bella e inteligente joven, en torno a quien se estructura la historia de “Las mil y una noches”, magistral novela de la literatura árabe que cuenta la historia del Rey Schahriar, quien cuando se casaba con una mujer sólo pasaba una noche con ella, porque al amanecer del día siguiente la mataba. Esto lo hacía como un gesto de venganza contra las mujeres por el adulterio de su antigua esposa. Hasta que un día se casó con una esclava de sangre real, inteligente y culta, que se llamaba Scherazada. Cuando ella estuvo con él, empezó a improvisar cuentos que suspendía en la mitad, tan pronto como empezaba a amanecer. Esto indujo al Rey a dejarla vivir y a pedirle que continuase el relato la noche siguiente. Finalmente, Sherazada le confesó su estratagema, entonces el Rey comprendió su inteligencia, le tomó afecto y le perdonó la vida.




La Cucarachita Martínez. Fragmentos.
2º Entrega.




Y a la noche siguiente, dijo Doniazada a su hermana:


-Por Dios te pido, hermana mía, si no duermes, que nos cuentes alguna de las hermosas historias que sabes, a fin de pasar agradablemente la noche.

-Termina la historia de La Cucarachita Martínez – ordenó el Sultán.

-Será para mí un gran placer y un alto honor- Respondió Sherazada y prosiguió su relato:

-Yo creo más bien que las monedas son redondas para que corran con mayor velocidad – arguyó el paupérrimo Cucarachero-. ¿Quién puede alcanzar una moneda que corre? ¡Ah! Nunca he logrado atrapar una ni siquiera de refilón, y si no fuera ahora por este brillante mediecito que admiro ahora en las manos de la Cucarachita Martínez, estaría por creer que las monedas son ficciones, inventadas por seres crueles para mortificar a los pobres de espíritu y a los limpios de corazón.

-¿Es verdad que la Cucarachita Martínez se encontró un mediecito? – preguntó el cocuyo apareciendo por la ventana.

-Sí, es muy cierto -contestó el doctor Burro-. La versátil Diosa fortuna ha querido hacerle don de uno de sus alígeros favores y ha nimbado su casta frente con el áureo resplandor de la riqueza.

El Dr. Burro sacudió las largas orejas, muy satisfecho; se sacó del bolsillo interior de su levita una libreta con lapicero de oro, unidos ambos por una cadena también de oro; se acomodó los lentes y apuntó la frase que acababa de improvisar. Sería una lástima que se perdiera, e hizo el propósito de desarrollarla luego en un hermoso discurso que pronunciaría en la Academia.

-Sí, me encontré un mediecito. Aquí está – dijo la Cucarachita.

Sus palabras fueron más modestas que las del doctor Burro, pero la demostración objetiva con que las acompañó, las hizo elocuentes. El cocuyo encendió alegremente su farolito japonés; se complacía, de todo corazón, de los buenos sucesos de sus semejantes, y fue a divulgar la noticia por todas las vegas del cañaveral.

-¿Cómo?¿Esa pordiosera? - comentó la envidiosa Nigua -. No en vano dicen que la fortuna es ciega. ¡Ir a escoger a esa zarrapastrosa, a una gentuza tan sin ninguna significación, en lugar de favorecer a una persona digna de ello!

-Por ejemplo, tú – le replicó en tono zumbón el mosquito.

La Nigua se infló de ira blancuzca y amarillenta.

-No me he querido señalar precisamente yo –protestó-. Aunque por más que me esté mal el decirlo, no veo ninguna razón para que se me prive del derecho de ser recompensada por mis virtudes. Supongo que no te atreverás a regatear mis méritos. Soy una mujer honrada, trabajadora y seria; nadie me ve nunca con vestidos descotados en las fiestas ni en los lugares de perdición. Mi vida es una serie de sacrificios; de sufrimientos y de heroísmos. Lo que pasa es que hay gentes frívolas y corrompidas que no reparan en lo difícil que es la existencia para una pobre muchacha como yo, rodeada de tentaciones y de peligros, y, sin embargo, sosteniendo siempre en alto el estandarte de la dignidad. ¿Lo oyes? Muy en alto. Adonde no llegan tus ponzoñosas invectivas.

Se proponía a decir muchas cosas más pero la interrumpió el irascible alacrán, quien, desde el piso de abajo, gritó:

-¡A callar! ¿Qué se están creyendo ustedes? ¿Que están en la plaza del mercado? A callar, y dejen trabajar tranquilo a uno.

Desde hacía mucho tiempo, la Nigua acariciaba el propósito de conquistar el áspero corazón del Alacrán, por lo cual prefirió callarse para agradarle. El Alacrán pudo engolfarse de nuevo en sus colecciones de pedruscos, hojas marchitas e insectos atravesados con un alfiler, entre los cuales vivía, pues era naturalista.

-La Cucarachita Martínez se encontró un mediecito –le anunció el Cocuyo por el postigo.

-¿Y qué tiene eso de particular? –tronó el Alacrán-. Todavía si hubiese encontrado un espécimen ignorado de Clamidosaurio…

-¿Un mediecito? –exclamaron al mismo tiempo, abriendo desmesuradamente los ojos, el Bachaco, el Zancudo, el Chiche, la Cotorra, la Pulga, el Chivo, el Gallo y el Canario de Tejado. El Chivo corrió a su casa a perfumarse la barba y peinarse su hermosa melena de bardo trasnochado. El Gallo fue a ponerse su flamante uniforme, con dormán rojo, galones de plata, brandeburgos de oro y una cascada de plumas blancas sobre su yelmo de acero. El Canario no tenía más que un par nuevo de zapatos de dos tonos y una linda corbata, pero, con ellos, quedó tan elegante como sus rivales.

-¿Y qué haré yo ahora con mi mediecito? –suspiraba la Cucarachita Martínez.

-Cómprese un automóvil –le aconsejó el Bachaco, exhibiendo innumerables catálogos de colores llamativos-. Fíjese usted: tengo todos los modelos; limusinas, sedanes, coches abiertos, convertibles, dos-para-cuatro, todo lo que usted quiera. ¿Qué le parece este soberbio cupé de cuarenta caballos de fuerza? Es la última palabra de la industria automotriz.

-Mis radios son la última…

En eso notó Scherazada que se acercaba el nuevo día e interrumpió su relato.

-¡Cuán bella y maravillosa es tu historia! –le dijo su hermana Doniazada.

-Cosas más bellas y más maravillosas podría referirte aún en la próxima noche si el rey, mi señor, me dejase vivir –respondió la sultana.

El Sultán, resuelto a oír el final, le perdonó la vida también aquél día.



Referencias.


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