Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de Caracas
Subprogramas de Especialización en Lectura y Escritura
Instituto Pedagógico de Caracas
Subprogramas de Especialización en Lectura y Escritura
Víctor Mendizábal
C.I. 14.095.615
C.I. 14.095.615
A propósito del Centenario del Natalicio del
Dr. Rafael Vegas Sánchez
Dr. Rafael Vegas Sánchez
Quien tras más de 11 años de ausencia vuelva a la ciudad de Valencia en la actualidad, probablemente se sorprenda al ver cómo ésta ha crecido. Verá que donde antes había terrenos llenos de monte ahora hay urbanizaciones, que las calles se quedaron angostas ante el desmesurado volumen de vehículos que ahora transitan por ellas y se sorprenderá ante la construcción del metro, que en un futuro, interconectará a toda la ciudad mostrando así otra cara de Valencia, la Valencia moderna. Pero sin lugar a dudas, lo que llamará la atención de este visitante, y que antes no era tan frecuente observar, será la gran cantidad de personas viviendo en la calle, sin rumbo, durmiendo a la intemperie, tras noches lluviosas, en las que, quien sabe si hayan comido o no.
Como dijera Luís Luksic (1985) en su “Canto al Hombre” se trata del “Gran Señor del Universo que vive en una casa sin número, en una calle sin nombre, (cuyo) techo es el cielo, las paredes el horizonte…”. Su ropa es modesta, se trata de un pantalón, un sombrero y un saco agujereados, por donde se filtran volando las abejas. Lo curioso es que quien se pasee una noche por las inmediaciones de la Av. Lecuna o la Av. Bolívar de Caracas podrá apreciar igualmente que entre sus esquinas deambulan, “como sin rumbo”, otros “Grandes Señores del Universo”, que en ocasiones, hasta llegan a ser niños.
La reacción más frecuente del transeúnte es apresurar el paso ante dicho espectáculo de la miseria humana, tal vez por temor a la inseguridad, lo cual es perfectamente comprensible, tal vez ante la apremiante necesidad de acallar las voces de su conciencia, que como perteneciente a la gran familia humana le reprocha el permanecer indiferente ante la carencia material del prójimo. O tal vez como un mecanismo de defensa contra la sensación ineludible que le acusa y le señala como integrante de una sociedad que no ha sabido, no ha podido o no ha querido resolver los problemas de todos sus integrantes.
El problema adquiere dimensiones desproporcionadas e inmanejables para el ciudadano de a pie, pues éste sabe que tras el que pide dinero para comer o para tratamientos médicos se oculta, ocasionalmente, un explotador. Es allí cuando una parte de nuestro ser se escuda tras refranes como los populares “Éramos muchos, y parió la abuela” o “Tantos pobres juntos pierden la limosna”, mientras que otra parte muy interna nuestra clama a gritos condescendencia, echando mano de dichos como “Donde comen dos, comen tres”, o “Haz bien, y no mires a quien”. Lo indiscutible en todo esto es que se trata un problema que actualmente tiene que resolver el Estado, pues es demasiado grande y complejo para ser atendido por particulares.
El personaje que sirve de inspiración para la realización de este ensayo, con motivo de conmemorarse el centenario de su Natalicio, a saber, el Dr. Rafael Augusto Vegas Sánchez, supo darle a este problema una visión particular, no se quedó con los brazos cruzados esperando que otros lo resolvieran a su parecer sino que hizo su modesto aporte, cargado de una gran sensibilidad y de su particular manera de entender la vida.
Cuenta Arístides Bastidas (1978) que a Rafael Vegas “le dolía como en carne propia la dramática realidad del niño realengo, sin pan, sin cama y sin techo, perpetuo habitante de la calle, su única maestra” (p. 145). De hecho, un día, cerca del Nuevo Circo, presenció la riña de dos limpiabotas, y los separó, persuadiéndolos con convincente ternura de que dejaran de hacerse daño. El incidente llegó hasta allí, sin embargo, al otro día el Dr. Vegas se enteró de que este niño murió rato después de haberse acostado, debido a que sangraba profusamente por la nariz. Todo el mundo culpaba de su muerte al niño con quien peleó, razón por la cual, a pesar de su corta edad, lo habían encarcelado.
No obstante, nuestro personaje, el Dr. Vegas tenía la convicción de que los golpes no fueron la causa de su muerte, sino el haberse ahogado con su propia sangre. Por lo cual, aunque no sabía mucho de leyes tomó el caso en sus manos, discutiendo con Procuradores, hasta lograr que el niño quedara bajo su protección, haciendo prácticas agrícolas en una hacienda de los Mendoza. De este modo, le brindó la oportunidad de un mejor futuro, una mejor vida, con educación, salud y vivienda.
Y es que el afán por la educación de calidad que sintió el Dr. Vegas durante su maratónica vida lo acompañaba desde hacía mucho tiempo, por lo menos desde después del fracaso de la invasión del “Falke”, cuando en una conversación con Juan Colmenares reconoce como fruto de su trabajo de reflexión, que debían esmerarse en conocer y enrumbar a los muchachos más aptos (Bastidas, 1978).
Ideas y acciones como las señaladas convirtieron al Dr. Rafael Augusto Vegas Sánchez en Ministro de Educación bajo la presidencia del General Isaías Medina Angarita. Este convicción y filosofía de vida, aún antes de ocupar tan importante cargo, fue lo que las que lo condujeron a fundar el Instituto de Preorientación de los Teques y a presidir el Consejo Venezolano del Niño, entre tantas otras actividades, entre la que destaca la fundación del Colegio Santiago de León de Caracas.
Por último y ante todos estos planteamientos cabe la pregunta: ¿Será que Venezuela necesita en los actuales momentos otro singular personaje como el Dr. Vegas? Probablemente, entretanto, cada quien puede poner su granito de arena desde su lugar de trabajo, haciendo lo mejor posible, tal vez algún día, no muy lejano, podamos resolver el problema aquí planteado. Será ese día, cuando en celebración de lo logrado, tal como dice Luís Luksic, “(…) el hombre hará recorrer un ferrocarril sobre un rayo de luz” (Luksic, 1985).
Como dijera Luís Luksic (1985) en su “Canto al Hombre” se trata del “Gran Señor del Universo que vive en una casa sin número, en una calle sin nombre, (cuyo) techo es el cielo, las paredes el horizonte…”. Su ropa es modesta, se trata de un pantalón, un sombrero y un saco agujereados, por donde se filtran volando las abejas. Lo curioso es que quien se pasee una noche por las inmediaciones de la Av. Lecuna o la Av. Bolívar de Caracas podrá apreciar igualmente que entre sus esquinas deambulan, “como sin rumbo”, otros “Grandes Señores del Universo”, que en ocasiones, hasta llegan a ser niños.
La reacción más frecuente del transeúnte es apresurar el paso ante dicho espectáculo de la miseria humana, tal vez por temor a la inseguridad, lo cual es perfectamente comprensible, tal vez ante la apremiante necesidad de acallar las voces de su conciencia, que como perteneciente a la gran familia humana le reprocha el permanecer indiferente ante la carencia material del prójimo. O tal vez como un mecanismo de defensa contra la sensación ineludible que le acusa y le señala como integrante de una sociedad que no ha sabido, no ha podido o no ha querido resolver los problemas de todos sus integrantes.
El problema adquiere dimensiones desproporcionadas e inmanejables para el ciudadano de a pie, pues éste sabe que tras el que pide dinero para comer o para tratamientos médicos se oculta, ocasionalmente, un explotador. Es allí cuando una parte de nuestro ser se escuda tras refranes como los populares “Éramos muchos, y parió la abuela” o “Tantos pobres juntos pierden la limosna”, mientras que otra parte muy interna nuestra clama a gritos condescendencia, echando mano de dichos como “Donde comen dos, comen tres”, o “Haz bien, y no mires a quien”. Lo indiscutible en todo esto es que se trata un problema que actualmente tiene que resolver el Estado, pues es demasiado grande y complejo para ser atendido por particulares.
El personaje que sirve de inspiración para la realización de este ensayo, con motivo de conmemorarse el centenario de su Natalicio, a saber, el Dr. Rafael Augusto Vegas Sánchez, supo darle a este problema una visión particular, no se quedó con los brazos cruzados esperando que otros lo resolvieran a su parecer sino que hizo su modesto aporte, cargado de una gran sensibilidad y de su particular manera de entender la vida.
Cuenta Arístides Bastidas (1978) que a Rafael Vegas “le dolía como en carne propia la dramática realidad del niño realengo, sin pan, sin cama y sin techo, perpetuo habitante de la calle, su única maestra” (p. 145). De hecho, un día, cerca del Nuevo Circo, presenció la riña de dos limpiabotas, y los separó, persuadiéndolos con convincente ternura de que dejaran de hacerse daño. El incidente llegó hasta allí, sin embargo, al otro día el Dr. Vegas se enteró de que este niño murió rato después de haberse acostado, debido a que sangraba profusamente por la nariz. Todo el mundo culpaba de su muerte al niño con quien peleó, razón por la cual, a pesar de su corta edad, lo habían encarcelado.
No obstante, nuestro personaje, el Dr. Vegas tenía la convicción de que los golpes no fueron la causa de su muerte, sino el haberse ahogado con su propia sangre. Por lo cual, aunque no sabía mucho de leyes tomó el caso en sus manos, discutiendo con Procuradores, hasta lograr que el niño quedara bajo su protección, haciendo prácticas agrícolas en una hacienda de los Mendoza. De este modo, le brindó la oportunidad de un mejor futuro, una mejor vida, con educación, salud y vivienda.
Y es que el afán por la educación de calidad que sintió el Dr. Vegas durante su maratónica vida lo acompañaba desde hacía mucho tiempo, por lo menos desde después del fracaso de la invasión del “Falke”, cuando en una conversación con Juan Colmenares reconoce como fruto de su trabajo de reflexión, que debían esmerarse en conocer y enrumbar a los muchachos más aptos (Bastidas, 1978).
Ideas y acciones como las señaladas convirtieron al Dr. Rafael Augusto Vegas Sánchez en Ministro de Educación bajo la presidencia del General Isaías Medina Angarita. Este convicción y filosofía de vida, aún antes de ocupar tan importante cargo, fue lo que las que lo condujeron a fundar el Instituto de Preorientación de los Teques y a presidir el Consejo Venezolano del Niño, entre tantas otras actividades, entre la que destaca la fundación del Colegio Santiago de León de Caracas.
Por último y ante todos estos planteamientos cabe la pregunta: ¿Será que Venezuela necesita en los actuales momentos otro singular personaje como el Dr. Vegas? Probablemente, entretanto, cada quien puede poner su granito de arena desde su lugar de trabajo, haciendo lo mejor posible, tal vez algún día, no muy lejano, podamos resolver el problema aquí planteado. Será ese día, cuando en celebración de lo logrado, tal como dice Luís Luksic, “(…) el hombre hará recorrer un ferrocarril sobre un rayo de luz” (Luksic, 1985).
Bibliografía
- BASTIDAS, A. (1978). Rafael Vegas de Arístides Bastidas. Ariel. Caracas.
- LUKSIC, L. (1985). Luís Luksic. Editorial: Tinta, Papel y Vida Derelieve.